EVERYTHING ABOUT VIERA VIDENTE

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sixty three).11 Sin artificio esta primera parte concluía originaria-mente con el capítulo : “La unidad cósmica y el sueño en la poética de Nerval”, porque en Gerardo de Nerval la co-rriente de Maestros Iluminados y en especial el Filósofo Desconocido, Louis-Claude de Saint Martin, han incitado una fina sensibilidad que vincula los ritmos y analogías del cosmos percibido en estado de vigilia como la cara convexa del interior onírico y se entrega y sumerge en los estados de sueño dejándose conformar por sus profundidades. Son los estados de sueño los que se interpretan por sí mismos no sus exégesis significativas en situación de vigilia. Desde luego que esto no es posible sino con la expresión connatural que se revela en la poesía y por la poesía, así no sólo es posible deslizarse hacia lo humana y cósmicamente impensable, sino asimismo experimentar directa y espontáneamente lo abismalmente secreto que no se conquista, sino que se otorga, cuando incluso se deponen todos los recursos de las ciencias ocultas que tanto costo particular exigieron para ser obtenidos.

Se lo intuye en las islas terrestres, en el paisaje de los trópicos, en la libertad­ sexual, en la beatitud de la desnudez, en la búsqueda del “otro lugar” y en el deseo de algo completamente distinto del instante presente.

Los poetas siempre han intuido ese universo overall de coexistencias y se han rebelado contra las causas que impiden al hombre su verdadera plenitud. Rimbaud afirma que “nuestra pálida razón nos oculta el infinito” y William Blake escribe:

Rilke advirtió que las pasiones pasan a enorme distancia de nuestra vida profunda. “No es en el umbral de las pasiones –había escrito Maeterlinck– donde se encuentran las leyes puras de nuestro ser. Llega un momento en que los fenómenos de la conciencia­ habitual, que podría llamarse la conciencia personal o la conciencia de las relaciones de primer grado no nos aprovechan ni llegan a nuestra vida”.

       Creen en la existencia de una fuerza absolutamente distinta a toda fuerza product –escribió Codrington–, que obra toda especie de maneras para el bien y para el mal y que es de la mayor ventaja colocar bajo su mando o dominar. Es el “mana”. Yo creo que esta palabra pertenece a todo el Pacífico, y se han hecho muchos esfuerzos por dar definiciones de lo que es en los diversos países en que aparece.

El hombre posee una meta inside y es preciso ir hacia ella, hacia el Hombre del Reino. Como Artaud, habrá que experimentar “esa especie de disminución constante del nivel typical de la realidad”; sentir que el universo posee nuevo significado, que el conocimiento sensorio del mundo exterior no es el único posible y que tras la realidad cotidiana exis­te un orden superior de realidad, una superrealidad que explica a este mundo imperfecto de opuestos y contradicciones.

Desde muy joven camina tras las pistas de la vacuidad resplandeciente. La poesía, la mística y el ocultismo lo acercan a la certidumbre del “saber escondido” con el que ha soñado desde su adolescencia. La suya es una revolución permanente que sólo se extingue al contacto con la muerte prematura.

El capítulo titulado “Baudelaire y las doctrinas esotéricas” comienza haciendo hincapié en el mundo cuyo múltiple y sutil entramado revela la voluntad de separación de la unidad de la que procede por actitud y obra satánica. La tradición ocultista de sesgo hermético que a través del Medioevo despierta en el Renacimiento por la traducción latina del Poimandres y los restantes tratados del cuerpo literario hermético, se conserva y difunde en la Francia decimonónica por medio del martinismo. Martínez de Pasqually y sus discípulos marcan la línea de influencia doctrinal. Charles Baudelaire, sumergido en este mundo invertido y en tensión entre las analogías entrevistas y los modelos celestes, busca en su conflicto profundo el “paraíso perdido” oscuramente vislumbrado, persiguiendo sus indicios hasta las más oscuras profundidades. Arrojado en el mundo y sintiendo todos los embates de su cautiverio lucha con su impulso poético, el solo recurso eficaz en su impotencia, porque la poesía es la “cadena de oro” imperceptible y dolorosa que une con el origen y la transmisión de los eslabones herméticos así lo va enseñando. El propio título de una de las grandes obras de Baudelaire, Las flores del mal, expresa con elocuente desesperación la ambivalencia de la actitud del hombre y poeta perdido en el cieno terrenal, pero bus-cando en el barro la “pepita de oro”, ajena al mundo y a la falsa civilización, que lo pueda redimir. El resplandor intermitente de la belleza sepultada lo atrae irresistiblemente y así su individualidad se opone heroicamente a todos y a todo y llega a buscar, fuera de una tradición ritual que considera viciada y perimida, también los recursos de los “paraísos artificiales”, que le ayudan a transponer la conciencia en un tipo de inconsciencia exceptional.

Su toma de conciencia de lo absurdo no se pierde frente a la nada de la muerte, sino que percibe oscuramente que los juegos no han terminado, que aún todo puede salvarse. Tiene la sensación de que el mundo authentic escapa a la percepción ordinaria y que la imagen ilusoria aprisionada por la limitación sensorial y por el tiempo, le oculta las sendas milagrosas­ del Paraíso Perdido.

Además, Arthur Rimbaud no poseía una justa noción de los niveles en los que se desarrolla la experiencia trascendente. En la marcha hacia el Centro, se distinguen diversos grados y matices derivados de la intensidad y duración del proceso y de la capacidad orgánica para realizarlo. La unidad de la experiencia incondicionada no puede ser controvertida, pero los diferentes niveles que presenta derivan de la calidad de las progresiones intrapsíquicas.

Pero el precio de esa libertad responsable no es otro que la angustia. De pronto, al detener su activismo insensato, su carrera vana tras lo convencional y superfluo, el hombre experimenta el vacío, la impostura de la vida cotidiana y lo injustificable de ese accionar carente de sentido.

Como afirma Michel Carrouges, nació de una inmensa desesperación ante el estado en que el hombre ha quedado reducido sobre la tierra y de una esperanza sin límites en la metamorfosis humana.1

11 Se caracteriza por sus poderes psíquicos. Vive lo sagrado con individual intensidad y puede penetrar mediante las técnicas del éxtasis en una esfera superior­ de realidad mediante una ruptura del nivel ordinario de conciencia. Es el hombre capaz de conducir a las almas de los muertos, rescatarlas de las regiones inferiores o guiarlas en el ascenso místico al cielo. Provocando el necesario estado de trance por medio de invocaciones y de danzas, el shamán dialoga con el dios supremo, al cabo de una simbólica ascensión celeste al árbol ritual que simboliza la montaña cósmica­ o el pilar del mundo que une la Tierra con el Cielo.

La experiencia transformadora es fundamentalmente la misma en todas partes. Como dice Rodol­fo Otto es la “realidad de la profunda unidad del espíritu­ humano”, pero la capacidad de progresión del sujeto­ al avanzar en los distintos niveles de la psique determina see this matices bien diferenciados.

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